Doré Uteda's profile

Sistinas (poema erótico)

Sistinas
CANTO I
HUYE

Sobre los restos de un aljibe, un convento se construyó.
Resplandece el fuego negro en sus antorchas,
ensombreciendo la noche y la luna.
Profano lugar convertido en cuna,
instruyanse allí las novicias del diablo,
Hasta dar con la indicada, vírgenes han de ser todas.
Vejadas por las perversiones del alma y el vicio,
carnalmente intacta, inalcanzables para cualquier falo.
Sistinas nació allí, de manera inexplicable,
y las hermanas acogieron su llegada
como quien recibe un Cristo en sus primeros días,
pues no había esperma que inspire aquellos vientres,
para encontrar una explicación.

Sistinas creció allí, en el convento erigido
sobre el aljibe muerto, un conducto fecundo infernal.
Tiembla temerosa al ver las estatuas
de Belcebú y Vassal, de Dorian y Alastor.
Nunca se le dijo quién era su madre, fue criada
como una más de las hermanas,
un malo milagro engendrado entre tantas
No puede ser hija del señor de las pesadillas, diría,
es que teme a las figuras y estatuillas,
las sesiones de sometimiento carnal donde es instruida.

La novicia, hija elegida para futura madre maligna,
vertiginosas sus pupilas cuando azota sin desear
las espaldas de sus amantes amigas.
Las más ancianas celebran sus progresos
mientras ella entre lamentos intenta contener rezos,
impíos cánticos al mayor de los profanos.
Al sexto día, del sexto mes, de aquel año sesenta y seis,
respiró por primera vez y Sistinas aún no acepta,
que condenada por el calendario, solo puede escapar.
acompañada de los rasguidos de árboles marchitos,
huyendo de los delatores, esbirros grillos
que cantan al vino y se encaman con las luciérnagas,
mientras la abadesa busca a la prófuga elegida.

CANTO II
PREGÓN

Corrió por prados y bosques, por pantanos, bajo el sol,
soportó fríos y calores, el destrato de la naturaleza
y también su belleza. Que en su bajo vientre despierta
sensaciones como estaciones, emociones inciertas.
Deambulo hasta las tierras lejanas,
donde el convento ya no era más que un rumor
oculto en los confines del horizonte.
Ya no debía su cuerpo ni alma al diablo, solo a los montes,
allí donde fue recibida por campesinos
y las amables viejas que aprovechan el fruto de las cosechas.
La prole rural que no dudó de su palabra ni origen,
hasta incluso la pensaron sagrada y eterna.
Una criatura de la que no debe ser privada la Tierra.

En los pajonales y las tabernas, los pastores hablaban de ella,
Sistinas, hija del primer caído, milagro sobre la Tierra.
Primogénita de un ángel, pese a quien le pese, quiera quien quiera.
Comenzó a ser adorada y de boca en boca se hizo mito la materia.
Pero las voces fluyen torrenciales en medio de la marea,
y tanto los satanistas como los cristianos escucharon su leyenda.
Sistinas, a quien los negros cabrios rodean,
cuyos seguidores la acompañan con sus entrepiernas erectas;
incluso la más puritana de las hembras desea besar sus tetas.
Esa nunca fue su idea, eso dice pese a lo que se rumorea.

El sumo pontífice envió doce misioneros a traerla,
ejecutada en la Plaza de San Pedro por considerarla blasfemia.
Nueve cazadores enviaron los adoradores infernales,
dispuestos a devolverla a la abadesa, soñando alguno ser elegido
para llenar su vientre de grandeza, traer al nieto de la gran bestia.
Cierto es que para entonces, miles de católicos convertidos
Habitaban tierras dispersas y encontrarla fue cuestión de tiempo.
Crucificada seria para que Dios los glorifique en su grandeza.
De todo el arte medieval, lo más hermoso era ella,
incluso con su corona hecha de paja y arpillera y ropas harapientas.
Acompañada del séquito que veía en ella una novicia mesiánica,
Sistinas fue escoltada hasta una plaza céntrica,
El gobernador no quería que el Papa le impida encargarse de tal belleza.

CANTO III
DEVOCIÓN

Acompañada por la peregrinación y los caballeros,
llegó hasta el cadalso lista para aceptar su destino,
ni sacerdotes ni cazadores se adelantaron a los mercenarios.
Rastreros del gobernador, cuya gula la deseaba,
tener a la novicia de la blasfemia, recorriendo sus entrañas.
Se sintió como un canto, entre los últimos de la masa,
pero en aquella plaza, los himnos fueron gemidos y orgasmos.
Jóvenes y ancianas, caballeros y juglares, mujeres con hombres,
pueblerinos del mismo género e incluso mismo nombre.
Respirar el mismo aire que ella los excitaba, los atraía.
Pide unirse el esperma a la miel entre las piernas.
Cada orificio deseaba ser ocupado, colmado hasta la saciedad,
eso despierta ella incluso antes de la muerte, deliciosa Sistinas.

El verdugo colocó su propia cabeza en la guillotina
y en sangre bañó a la manada. Sexo y sangre, vida y muerte,
ante ella llegó el gobernador, llamado por su piel de porcelana.
Rogó tener suerte para no forzar el asunto,
pero sus primeros seguidores, los granjeros, tomaron al tirano,
descuartizado por caballos, se encargaron del astuto.
Pero el linaje del diablo, clama más que la lujuria
y saciados los cuerpos, se asesinaron, dando fin a la locura.
Apersonandose al fin, apareció la satanica abadesa,
para hacerle ver que solo su presencia genera esa grandeza.

La anciana ayudó a la musa de anatomía renacentista,
a quitarse las cadenas y la corona de nudos y aristas.
No se privó de pasar su lengua los dedos de la muchacha
mientras quitaba los grilletes, burda vieja de escarcha,
de quien no se liberaba de los entremeses.
Una vez liberada, observó la estatua del cristo crucificado
y me pregunto ¿Qué diferencia hay entre él y yo?
Así es como la insania despierta
en la mente que hasta entonces intentó resguardar su pudor.
Para cuando los cazadores satanistas llegaron,
resignada estaba, dispuesta a cumplir su destino,
no por gracia ni egolatría, pero sentía en sí aquel poder divino.
Pero la rebelión se paga y la prófuga habría de recibir castigo.

CANTO IV
INSANIA

De camino al convento, Sistinas fue puesta
sobre un potro de madera y azotada, interminables horas,
sangre, cortes y llagas. Aunque la consideraba única,
la abadesa no permitiría otro escape 
la muchacha debía ser instruida en el arte de la catástrofe.
Los nueve cazadores satanistas intentaron
procrear con ella, hacer de su cuerpo tierra,
de la carne semillas, pero fueron castrados por el viento.
Lloraron eunucos entre lamentos.
Esta vez el destino no fue el convento, sino el manicomio,
allí habría de conocer el mal en todas sus formas,
acariciar la maldad en cada contorno.
Esta vez los grilletes tenían púas, como su corona de agujas.

Durante setenta y dos noches, se le enseñó los setenta y dos
demonios que gobiernan en el infierno,
bajo el mando de Lucifer, el diablo, su amo y señor,
su predestinado amado.
Fue instruida en las artes del cuerpo y la lujuria,
en aquel manicomio sobraban estatuas del demonio
de tal pecado, de aspecto de gato,
de dualidad, persuasión, infamia e injuria.
Vejada por los celadores y entregada a sementales
no consiguieron embarazarla, la abadesa optó por enjaularla.

Cierta noche observó una sombra felina
por el pasillo del nosocomio, pensó en el demonio
aterrada Sistinas, en plena crisis existencial
a merced de las bestias y el insomnio.
El pavor se fue, cuando descubrió que se trataba
de un gato anaranjado y tuerto con una llave en la boca.
Para cuando sonó la alarma, ella cruzaba ya el pantano
con su punzante corona y el gato anaranjado entre su ropa.
Adentrándose en la espesura, la joven encontró un claro,
meditaba allí un peregrino acompañado por otros gatos.
Bajó entonces el anaranjado y desapareció bajo su toga
¿Quién sos? preguntó ella, temerosa. “Nadie” dijo el errante,
pero cuando veas felinos, no dudes en ayudarles.

CANTO V
EN FLOR

Y tras abandonar el pantano, en la Sistinas
crecieron flores donde antes brillaban cuchillas.
De pueblo en pueblo anduvo y allí donde estaba presente
mujeres se embarazaban misteriosamente,
condenadamente quedaban los erectos penes.
No se la volvió a tocar, no al menos que ella lo permitiera,
y así aprendió a gozar de su propio cuerpo,
descubriendo los lugares exactos que digitar, el ritmo,
el tiempo para llegar al éxtasis a tiempo.
Bajo los árboles donde pasaba las tardes
dando amor a sus labios inferiores, manzanas crecían,
en cada pradera donde el pasto rozaba su piel,
las flores crecían, púes en su esencia, cargaba libido y primavera.

En los graneros, los animales fornicaban y daban a luz
en tiempos sumamente cortos, la fauna salvaje aumentó;
no había cazadores que pudieran con tantos ciervos y liebres.
En los pueblos se escuchaba de ella, en reinos y continentes,
su séquito de seguidores regresó y creció,
haciendo de ella una deidad pagana en vida.
Pero el sumo pontífice aún exigía su presencia, negado a aceptar
que la mismísima hija de los infiernos fuera una santa.
Por ello, sus profanos apóstoles instruyeron a los más jóvenes,
como los niños espartanos, criados en el agoge.

La viril escolta rodeaba a Sistinas, con la devoción de un monje
y la ferocidad de un berserker vikingo,
su maestría para la violencia teñía las flores de sangre
cuando alguien intentaba acercarse a ella de mala manera.
Fue con ellos que regresó al manicomio y prosiguió
hacía el convento. Sin pronunciar palabras,
sus perros de combate crucificaron a la abadesa,
a quienes se atrevieron a torturar su carne y mancharla,
el resto de las novicias fueron liberadas y allí,
donde Sistinas fue engendrada, comenzó
la enceguecida marcha rumbo al Vaticano, a demostrar
la grandeza de su señora, hija de la tierra y el diablo,
una divinidad de rostro tan frágil como la porcelana.

CANTO VI
ORIFLAMA SIXTINA

Entraron a la plaza de San Pedro izando las cabezas,
sangrantes cuellos cercenados marcaban el paso,
la vid roja de los misioneros enviados
por quien habla del Dios en el cielo, los perros marcharon;
Jóvenes dispuestos a morir, con la furia en sus rostros,
la violencia en sus fauces, hambrientos.
Los lanceros llegaron mientras el Papa asomaba
desde el balcón para observar aquel jovial plato suculento.
Reducidos fueron, masacrados, mientras la peregrinación
avanzaba, llevándola en alzas, a su diosa y estandarte;
aquella que da vida y revive las cosechas,
quién ahuyenta las sequías y provee crías ganaderas.
Sobre su cabeza ondeaban las llamas de la corona dorada.

Entró al palacio junto con su multitud, que restregaba
en las marmoleas estatuas su sexo, pintando paredes
de semen, sangre y excesos. Profanos, blasfemos.
Al entrar al despacho del vocero del altísimo señor.
Con sus propias manos, Sistinas castró al obispo,
“Han de ocultar esta historia por los siglos de los siglos”
dijo y de boca en boca se repitió la oración,
“la casa sagrada de su dios, hoy es nuestro conducto,
acompañenme mis siervos a forjar aquí
la escalera hacía el infierno”, proclamó

Como Sistinas lo anunció, aquel capítulo sería oculto,
pero aquel día, aquella semana, de aquel año,
el templo cristiano fue proclamado por la hija del diablo
como una choza en decadencia, un pedazo
de concreto que un día caería y la humanidad vería
que no importaban dioses o diablos,
sino la fe que mueve a las masas y milagros
por si misma cosecha. Ella creía en quienes creían
en ella, en los desahuciados, los vejados por la vida,
los infortunados, quienes cargan tragedias a cuestas.
“Si del infierno ha de venir la esperanza,
que del infierno venga” coronada en fuego, forjó un cráter
y por última vez fue adorada, al descender al infierno.
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